David* lleva viajando por cuatro años consecutivos a Medellín. Es de Miami, Estados Unidos, y viene entre tres y seis meses al año. Viaja para trabajar, pero en remoto: se mueve en el sector del marketing digital, lo que le permite cumplir con sus funciones desde cualquier destino del mundo. Y no solo trabaja desde esta ciudad, lo ha hecho desde Dubái, Tailandia, Grecia y otros lugares. Es uno de los 7.400 extranjeros que hoy están radicados aquí, trabajando a distancia a través de su computadora.
“El costo de vida es insuperable”, dice el hombre de 30 años luego de pedir que cambie su identidad. Está radicado en El Poblado y en inglés cuenta por qué viene con frecuencia a la ciudad que ya ha visitado en otras ocasiones. “El clima es maravilloso. Hace buen tiempo casi todo el año”, agrega. Y otro atractivo, en su caso, es que el tiempo se acomoda con la franja horaria de su equipo de trabajo: por eso puede conectarse en remoto, sin problema alguno, y cumplir con sus asignaciones.
David, según los términos que hacen carrera por estos días, es un nómada digital: un ciudadano que viaja por el mundo, conociendo destinos y haciendo actividades turísticas mientras trabaja. Como él son miles los que visitan la ciudad anualmente, dice Nomad List, un portal que recomienda destinos para vivir. El sitio ubica a Medellín como el cuarto más popular en Latinoamérica —entre 150 lugares— y el número 14 del mundo —entre 1.300 sitios—.
“I usually spend three or six months here”, dice David, tras precisar que todo queda cerca y que eso hace más fáciles sus jornadas de trabajo. “Si vives en El Poblado puedes caminar hasta un café, una oficina de coworking, un buen gimnasio. Everything is really easy to get to!”, cuenta, navegando con facilidad entre el inglés y el español. Aunque en Miami —de donde viene— buena parte de la población es hispanohablante, David cuenta que es justo aquí donde ha avanzado en su segunda lengua. “Hablan muy claro. Es un buen lugar para aprender español, muy limpio el idioma”, dice.
Pero desde el principio este estadounidense deja claro que el atractivo principal de la ciudad es el costo de vida. Esa característica ha resultado en el aumento de visitantes. Así lo evidencian los datos: mientras que en 2019 llegaron 929.000 pasajeros internacionales a Medellín, en 2022 esa cifra subió a 1.386.000 pasajeros —el aumento fue del 49%—. “El estilo de vida es muy conveniente; affordable, aunque tengo que decir que ahora está un poco más caro. Llevo viniendo más de cuatro años”.
Como en un curso básico de idiomas, David responde con oraciones simples cuando se le pregunta por su rutina en la ciudad. Dice que se levanta sobre las 6 de la mañana y en principio trabaja tres horas. Luego va al gimnasio, allá en El Poblado, donde vive en un apartamento rentado por Airbnb. Más tarde vuelve a su hospedaje y trabaja hasta el mediodía. Sale, almuerza en el sector y después se conecta otro par de horas desde un coworking. “A veces hasta muy tarde, depende de la cantidad de trabajo”.
Aunque no ahonda en su salario, este estadounidense detalla sus gastos. Eso sí, primero aclara: “Depende del estilo de vida que quieras llevar aquí”. Luego dice que en un mes un extranjero puede gastar entre 1.500 y 3.500 dólares: comida, apartamento, gimnasio, todo. Él, por ejemplo, paga 1.800 dólares por la renta de un apartamento —más de ocho millones de pesos colombianos—. El monto parece exorbitante y explica en parte el fenómeno del encarecimiento de la vivienda y los arriendos en la ciudad, pero David dice que en comparación con Miami el gasto es mucho menor: “Allí, para sostener el mismo estilo de vida que llevo acá, debo gastar más de 5.000 dólares”. Y eso que en Estados Unidos hay ciudades mucho más caras, como Nueva York. ¿Pero llegó aquí solo por el costo de vida? “No. En Miami hay muchas personas de Colombia y me dijeron que Medellín es una ciudad muy bonita. Vine de vacaciones y me gustó. Y he seguido viniendo”, cuenta David.
Las visitas de corta estancia —en periodos como los de este norteamericano— son tildadas como la causa del encarecimiento de los arriendos en la ciudad. Y si bien el fenómeno explica parte de la burbuja inmobiliaria, EL COLOMBIANO reseñó en días pasados que esta no es la única causa (ver Radiografía). De hecho, Ana Isabel Zuluaga cuenta que la visita de nómadas digitales a la ciudad le dio alas a un sector que antes era innecesario: los espacios de coworking. Como el trabajo de los extranjeros es remoto, algunos prefieren no quedarse todo el día en el Airbnb que rentan.
Ana es la administradora de la sede de Quokka en Astorga, un coworking flexible que recibe trabajadores remotos de todos los lugares del mundo en El Poblado. “Hay mucha afluencia de extranjeros. Esta sede tiene siete años y tuvimos que abrir otra en Patio Bonito”, cuenta. Hasta ese espacio llegan visitantes que incluso se hospedan en Laureles y Envigado. “No les importa el recorrido porque vienen y se sienten cómodos. El ambiente es muy tranquilo. Tienen café todo el día y una repostería al lado. Alquilamos equipos y los que buscan algo más empresarial, salas de juntas, espacios cerrados, nos suelen visitar en la otra sede”.
Nomad List dice que el promedio mensual de estos espacios es de 157 dólares, pero esos montos pueden variar. Por ejemplo, en Astorga la hora de coworking cuesta $8.000 y el día completo, dice Ana, $55.000. También hay oficinas privadas en las que el día puede costar $80.000. El alquiler de un portátil, para los trabajadores que buscan una herramienta genérica, cuesta $10.000 la hora. “Todo depende del espacio y del tiempo. Hay variedad: la semana aquí vale $270.000 y el mes cuesta $550.000”.
Mientras que la administradora de este coworking explica la mecánica del negocio se filtran algunos diálogos de los clientes. Un americano dice en medio de una reunión, con vehemencia: “No, pero envíame el correo, lo solucionamos por correo. It’s your work”. Viste camiseta y pantaloneta; calza sandalias. “Es que ese era tu trabajo, por correo, por correo lo solucionamos”, insiste. Muy cerca hay un argentino: habla de programación, de código, también está en una reunión. “La mayoría son ingenieros, trabajan en marketing, inversiones o desarrollo de software”, agrega Ana.
Pero no solo se mueven los espacios de coworking, que también gozan de clientes extranjeros en sectores como Laureles, El Perpetuo Socorro y hasta Envigado. En Patio Bonito, ahí en El Poblado, tienen sede algunas multinacionales. A distintas horas del día entran y salen extranjeros. También son nómadas, dice la directora de talento humano de una firma de proyectos ambientales, quien cuenta cómo funciona el trabajo con personas de otros países.
“Todos hablan inglés y no se atreven a venir sin hablar un poco de español. Se quedan máximo un mes. Aunque trabajan remoto, algunos tienen equipos colaborativos y ese tipo de conexión es temporal, porque luego los afecta el cambio horario”, dice la mujer. Y agrega: “Algunos vienen en la mañana, madrugan mucho para coincidir con sus compañeros que están en otros lugares del mundo. Por la tarde se van de paseo, a conocer”.
Esta dinámica no escapa a la figura de nómadas digitales, pero varía un poco. A esta multinacional, que tiene sede en 25 países, llegan trabajadores de sus propias oficinas: vienen desde Holanda, Alemania, Suiza, Inglaterra, Estados Unidos y México. Y hay visitantes de todos los perfiles: gerentes de cuenta, coordinadores de proyectos, ingenieros forestales, biólogos, químicos. “Algunos incluso viajan para acompañarnos a campo, a gestionar intervenciones con comunidades”, dice la mujer.
Y es que la ciudad, además del costo de vida, el clima y la zona horaria, puntea entre las plataformas internacionales de trabajo remoto por cuenta de sus atractivos turísticos y sistema de transporte. En las reseñas de Nomad List se habla de un destino con buena comida, entretenimiento diurno y nocturno, e infraestructura formidable. Los nómadas que hoy viven aquí califican a Medellín como amigable con las personas diversas, además de caminable. Eso sí: la ciudad se raja en internet —para muchos trabajadores no es suficiente el promedio de 5 Mbps que la red tiene en velocidad— y seguridad.
Pero esto último, dice Thomas, es normal. Él creció en Queens, un distrito de Nueva York, y afirma no conocer un lugar más peligroso que ese. En cambio cuenta que luego de probar el trabajo remoto se mudó a Medellín por las condiciones que ofrece. Aquí encontró el amor y se radicó. Hoy hace las veces de reclutador de talento humano para una empresa estadounidense y con su perfil entrega luces sobre las visitas temporales de otros extranjeros a la ciudad.
Muchos vienen, dice Thomas, para reclutar profesionales: “Yo por ejemplo me entrevistó con cerca de 50 ingenieros a la semana. La ciudad es muy atractiva por sus empleados, esa es otra ventaja”. El neoyorkino explica que un equipo de diez personas podría valer diez veces más en su ciudad que lo que cuesta en Medellín. Entonces lo que él y muchos hacen es contratar trabajadores locales, para que también trabajen remoto, por montos superiores a los de la competencia.
“Con nosotros, un ingeniero que apenas empieza puede ganar entre $3 y $6 millones; si tiene un poquito más de experiencia puede llegar a $12 millones; y los que tienen experiencias sólidas pueden ganar entre $15 y $30 millones”, dice Thomas. Estos testimonios no hablan de algo distinto a la globalización: las fronteras son cada vez menos rígidas y ahora los trabajadores buscan viajar por el mundo sin ataduras. Y que Medellín —una ciudad de “primavera eterna”, como dice un visitante suizo— se convierta en uno de los destinos más atractivos de la región y del mundo tiene, como todo en la vida, sus ganancias y pérdidas.
Fuente: El Colombiano